Ciudad y Exclusión

La ciudad es por definición el espacio de la inclusión. Ella es el lugar donde convergen gentes de las culturas más diversas, a veces incluso contradictorias y hasta antagónicas; es el punto de encuentro de los diversos que aspiran a vivir y compartir juntos. El genius urbis consiste en su capacidad para procesar esa extraordinaria diversidad y convertirla en una realidad nueva, que no es simple suma de los componentes originales. Si la dinámica integradora fracasa, fracasa también el proceso de inclusión, frustrándose la conformación de la ciudad. O estallando, si es que el fenómeno de exclusión ocurre en un universo urbano conformado previamente.

Sin embargo, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos, este tipo de situaciones nunca se ha producido al menos en la ciudad moderna: su potencialidad integradora es tan intensa que los procesos de inclusión pueden ser lentos y no terminar de perfeccionarse en mucho tiempo, pero la tendencia es ciertamente irreversible. Sin embargo, al analizar su dinámica, en especial en las ciudades de gran tamaño, hay que prestar atención a no incurrir en errores de perspectiva porque en ellas esos procesos parecieran ser cíclicos debido a que, con magnitudes variables, reciben constantemente nuevos contingentes de población, lo que determina el reinicio constante de los procesos.

En la segunda mitad del siglo pasado, con la extraordinaria aceleración de la urbanización que conoció el mundo y con la aparición de las grandes me-galópolis, la preocupación por los procesos de inclusión de los migrantes recién llegados adquirió notable relevancia. Se hizo evidente que no se los podía dejar librados a una dinámica espontánea, seguramente demasiado lenta y accidentada, por lo que muchas ciudades diseñaron programas para facilitar y acelerar los procesos de inclusión. En América Latina, donde el tema ha sido especialmente sensible, las ciudades más progresistas han ensayado enfoques novedosos con resultados notables.

La base de la inclusión es, por supuesto, económica: sin unos ingresos razonables, los cuales variarán de ciudad a ciudad, incluso de sociedad a sociedad, es imposible acceder a los bienes y servicios que permiten hablar con propiedad de vida urbana; pero es también cultural: sin unos valores compartidos estaremos ante una aglomeración de gente, pero nunca en una ciudad.

En Caracas nos movemos en la dirección equivocada: ante el temor de un fracaso electoral en noviembre próximo, el ciudadano Juan Barreto, incumpliendo sus responsabilidades y recurriendo a risibles sofismas, procede al desmantelamiento de la Alcaldía Metropolitana. El 14 de los corrientes dio el primer paso, quizá ilegal, al entregar la Policía Metropolitana a un ministro del Interior tan insensato que anunció que ella ya no servirá a todos los caraqueños sino únicamente a "aquellos que no pueden pagar una seguridad privada". Sobre él pesan graves acusaciones de violación a los derechos humanos en el pasado, por lo que no sorprende que proponga tan original forma de exclusión como innovación dentro de la comedia de equivocaciones que protagoniza.

Marcos Negrón
Tal Cual
26/02/2008